viernes, 25 de mayo de 2018

Vigo, Hendaya, París 75

Aún los rayos cálidos estivales iluminaban los cielos, si bien la grisura plomiza dominaba el ambiente de la ciudad de Vigo, cuando en la vieja estación de Urzáiz, por entonces José Antonio, tomaba el tren a Irún, que haría transbordo en Hendaya con destino a París.

Atrás quedaban Jorge Mosquera y los suyos de la Brigada Político Social.

Al llegar a la Gare d' Austerlitz fui recibido por un tío materno y pronto presentado a sus amigos, en su mayoría refugiados políticos, como él mismo.

En los días siguientes encaminaría mis pasos a Impasse Guémené 10, sede de Rouge, órgano de la LCR francesa, allí me presentaron activistas vascos, gallego ninguno.

El activismo estaba volcado en los comités de apoyo a Genoveva Forest y Antonio Durán, entre otros, procesados en el interior y pronto en las causas contra Baena, Sánchez-Bravo, Garmendia, Otaegui e imnúmeros militantes. Ahí me reincorporé.

La represión incesante se multiplicaba.

La LCR, una organización postista, del postmayo, cedía en su agenda a la urgencia del colapso del franquismo. Las condenas a muerte dictadas en Septiembre del 75 detonarían inmensas movilizaciones en toda Francia y a escala internacional.

Otros ambientes postmayo frecuentados se localizaban en escenarios como la Universidad de Viçennes en el bosque homónimo o cafés como la Boule D'Or, en la Place Saint Michel, donde Agustín García Calvo tenía su tertulia. Ahí conocí a amigos gallegos como Arturo Rosendo, José Luis Caramés y Galin.

Otro lugar visitado era le Chai de l'Abbaye, donde se prolongaban tertulias que se adentraban en la medianoche.

Le Quartier Latin era una geografía urbana donde se concitaban numerosas citas y fin de convocatorias, en ocasiones campo de batalla de grandes enfrentamientos entre manifestantes y CRS.

La resaca primaveral sesentayochista dejó lecturas, debates e intervenciones que pretendían refrescar el repertorio de la izquierda o rescatar proscritos disidentes.

Entre novedades y rescates los situacionistas Guy Debord o Raoul Vaneigem y su Tratado del saber vivir, la sociedad del espectáculo y la crítica de la vida cotidiana frente a los grandes sistemas filosóficos y titánicos y tiránicos proyectos históricos.

Los consejistas Anton Pannekoek y Karl Korsch frente a los aparatos estatales y de partido. Otras influencias, Castoriadis-Paul Cardan, con algunos textos traducidos y publicados en Ruedo Ibérico. También nos acompañaba Rudi Dutschke. O el esquizoanálisis de Deleuze y Guatari.

En aquel año 75, en la encrucijada postmayo-muerte de Franco, para algunos comenzó el punto de no retorno o de retorno o de eterno retorno, tiempo cíclico y anticíclico.

martes, 22 de mayo de 2018

Rúa de Santiago, de los catorce bares

En la semana pasada me llegaron noticias del fallecimiento de Antonio, propietario del bar Tapitas en la Rúa de Santiago.

Lo recuerdo en mi infancia de los años sesenta con sus trabajos de soldadura en los bajos del número 13 de la citada calle, como así me lo confirma Fernando Rosendo, residente también por los sesenta en el mismo número.

Con la muerte de Antonio se da la desaparición, probablemente, del último nacido en la Rúa de Santiago que permaneció, hasta consumir las últimas horas de su existencia, sin abandonar tan emblemática vía de lo que hoy algunos denominan casco vello alto, nomenclator inexistente para los que aún disfrutamos una infancia de juegos en el Campo de Granada.

Del mismo modo Antonio, persona amable y entrañable, ignoró el significado de gentrificación e insinuaba sonrisa cómplice de un cierto desapego añoso, si bien apreciaba el retorno a la vecindad de algunos pocos como Xabier Romero y su iniciativa editorial con nombre de fémina Elvira.

La recuperación de la memoria de los relatos de la Rúa, aún no siendo lector, la apreciaba.

En largas conversaciones de los últimos años, la Rúa de Santiago que compartíamos era una ya fenecida, llena de vida y travesuras infantiles y sobre todo la calle que él nombraba de los catorce bares.

Yo recuerdo algunos menos pero casi.

Empezamos por la mano izquierda, ascendiendo del Paseo de Alfonso hacia Cachamuiña, el que llamaron el Bernabeu por reunir peña madridista y taurina, frente al chafarís; el estanco de Manolita, que blasonaba de viuda de legionario, donde hoy hay un bar; a continuación el que sería A Terra Nosa, le seguiría el bar Caracas del estradense Manolo Rivadulla y su mujer Remedios, inmediatamente O Val Miñor, de cuya procedencia de lugar concreto indeterminado era el padre de Antonio, le sigue Casa Jaime y su mujer Concha, en el bajo del número siete. Un poco más arriba el bar Cristalera, a continuación la tienda bar de la señora Carmen, donde despachaban espirituosos y chatos de Sansón.

Seguimos ascendiendo y encontramos Casa Otero, oriundos de la comarca orensana del Ribeiro al igual que el antes mentado Jaime. Un poco más arrriba, finalizando la calle por la mano izquierda, dando cima a Cachamuiña, todavía un par más.

Por la mano derecha, también en sentido ascendente, son algunos menos.

Empezamos por el Tres Ventanas, dudo de si de Balbino o Albino, igualmente de origen en el Ribeiro, para continuar con el reseñado Tapitas y vamos a cerrar con el Bodegón, que en algún tiempo, allá por comienzos de los ochenta, regentó a su vuelta de Suiza, Eloy Arza, quien más tarde pondría Mesón en la calle Alvaro Cunqueiro.

Echen la cuenta si los números se  aproximan a las catorce bares, como decía Antonio, o al menos la docena. No andarán lejos.

Para despedir su memoria quiero juntar su nombre al de Verísimo, quien también abilló en el Tapitas allá por los setenta, retornado de Portugal, y con habilidades de ilusionista.

Buen viaje, amigo Antonio, la Rúa, de cada vez más gentrificada, queda huérfana de ti.

miércoles, 16 de mayo de 2018

Biblioteca Méndez Ferrín

El año 2008 la biblioteca del Instituto Santa Irene recibió el nombre de Xosé Luis Méndez Ferrín al año de su jubilación, tras cuarenta y tres de docencia en el citado centro.

La propuesta partió, como me cuenta Yolanda Arana López, del equipo bibliotecario. Propuesta muy acertada no sólo por el vínculo indisoluble del escritor con el Instituto, pues cualquier biblioteca gallega tendría justificado el engalanarse con tan preciado título: Méndez Ferrín.

Nuestro autor es figura incontestable de calidad literaria en las letras universales. No obstante, es inesquivable su condición de profesor en las aulas, tal vez su condición preferida, a cuya cita sólo faltó por privación de libertad impuesta.

Méndez Ferrín fue también un hombre represaliado por sus inalterables convicciones de compromiso con Galicia y sus clases populares.

El día del acto que comentamos el profesor y escritor recibió de sus últimos alumnos un libro de autoría colectiva, en el cual suponemos se habrían de reflejar en alguna medida el provecho de sus enseñanzas.

La biblioteca del Santa Irene ha tenido mejoras en sus instalaciones y dotaciones. Tal vez con el tiempo se convierta en un centro de referencia para investigadores de la obra ferriniana sin dejar de cumplir su función primaria de dar servicio a la comunidad académica en su conjunto.

Los fondos de la bibioteca constan de aproximadamente 4000 volúmenes, de los cuales algo más de una quinta parte lo son en lengua gallega. Como es sabido Ferrín es escritor monolingüe gallego aunque traducido a varias lenguas, entre ellas el castellano.

Sobre los fondos estrictamente ferrinianos son nutridos y se encuentran bien representados, si bien con alguna carencia significativa. Así por ejemplo, títulos como el poemario precursor Voce na Néboa de finales de los cincuenta, primer libro publicado de Ferrín, O Cancioneiro de Pero Meogo, ensayo publicado en 1.966, el también poema largo Sirventés pola destrucción de Occitania, en su edición primera por Roi Xordo en Xenebra o Antoloxía Popular de Heriberto Bens, heterónimo de Ferrín, en la edición del Padroado da Cultura Galega de Montevideo. Tampoco cuenta la biblioteca con aquellas primeras ediciones de la colección Illa Nova de Galaxia de títulos ferrinianos tales como Percival e outras historias, O Crepúsculo e as formigas o Arrabaldo do Norte, obras publicadas a finales de los cincuenta pero sobre todo en los sesenta.

Por lo demás la biblioteca está perfectamente gestionada y atendida y presta servicios completos, incluyendo una sala de equipos informáticos y algunos ejemplares en exposición de libros señalados. En tiempos recientes fondos sin catalogar fueron entregados a la Consellería de Cultura para su traslado y depósito en la Ciudad de la Cultura en el Monte Gaiás de Santiago de Compostela.

Finalizo expresando mi gratitud a Yolanda Arana, profesora de Historia, Conchi Varela, profesora de Lengua y literatura española, del equipo de biblioteca, así como a Cesar Pérez y Luis Cambeiro, quienes simbólicamente me acompañaron hasta las puertas de la Biblioteca Xosé Luis Méndez Ferrín.
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