jueves, 25 de julio de 2019

Autolegitimación

Vemos en estas últimas semanas por enésima pairando el fantasma de unas nuevas elecciones generales.

Es un "déjà vue" de esos en los que en un escenario onírico con aires de pesadilla parece mostrarse un desfiladero desafiándonos a pasarlo y de cuyo desenlace tenemos conocimiento anticipado de que caeremos en el vacío.

Antes de que eso ocurra despertamos, a veces, forzando el momento de la vigilia.

Me tengo preguntado qué hubiera ocurrido de no despertar.¿ Moriríamos de veras, bajo apariencia de un ataque cardíaco, por ejemplo?.

Retornando al caso del momento intuido de nuevas elecciones por insuficiencia isquémica del músculo parlamentario. Las válvulas y el sistema de riego de ese músculo son los tan denostados por inevitables, hasta la fecha, partidos políticos.

La pregunta que surge es, vista su inoperancia, si el centro de gravedad de la investidura residencia en una dinámica de campos gravitatorios de atracción-repulsión entre los partidos y estos parecen autocentrados en su autolegitimación, sino pudiera haber otros cauces de articulación y representación política que el monopolio de los partidos, auténticos cooptadores de mediocridad y colonizadores hematófagos del pueblo y el estado.

Cabe también reseñar el grado de corrupción de las formas  democráticas mediante las llamadas primarias telemáticas en las que extraen el acúmulo meritocrático de una linfa enferma, no obstante, esto reservado para sus procesos internos.

Cuando nos ofrecen sus magníficos candidatos de oropel empaquetados en listas cerradas y bloqueadas ya son lentejas y servida la mediocridad servil cerrar el proceso de autolegitimación.

A nosotros, reservado el papel de electores, nos queda depositar el voto en urna no telemática, en esta ocasión de ritual de misa negra, que algunos bautizaron como jornada festiva de la democracia, sin aclarar quién paga la fiesta.

Tal como está la cosa si a los representantes se les paga pingüe estipendio por nada, a los que los hacemos representantes también nos debieran pagar , si no saben hacer mejor cosa que llamarnos a urnas por incapacidad manifiesta para gobernar.

Queda para otro momento lo del voto y el mandato representativo, verdadera madre del cordero de gran parte del andamiaje institucional y de sus rendimientos y usufructuarios.

viernes, 5 de julio de 2019

Eurocomunismo y Transición

Me tienta escribir este artículo a modo epistolar pero me expongo a un tono de reconvención paternalista a unas izquierdas acomplejadas y sedicentes que se han querido reinventar como novedad.

Señalar de paso que la expresión nueva izquierda es vieja y que la invención tricolor rojo, verde, violeta también lo es.

Por cierto ese corto arcoiris siempre dió en un desvanecimiento o desmayo del rojo.

Ahora le han dado en llamar reivindicación postmaterialista a aquella que obvia la que antaño se denominaba explotación laboral o extracción de plusvalía de la fuerza de trabajo.

Vayamos al asunto. En aquella nebulosa de contornos imprecisos llamada transición nos fue llegando a través del partido carrillista la musiquilla de órgano verbenero salpimentada de Gramsci, hoy regurgitado, del llamado eurocomunismo, producto importado de Italia, aunque menos nutritivo que unos ravioli.

Carrillo llegó a publicar un libro titulado Eurocomunismo y Estado, donde pretendía darle fuste doctrinal a una expresión surgida en medios periodísticos italianos para colocar una etiqueta manejable a la política llamada de compromiso histórico, pergeñada entre Enrico Berlinguer (PCI) y Aldo Moro (DC), al segundo le costó literalmente la vida.

El eurocomunismo era proatlantista, aunque pretendía ser equidistante con respecto al campo socialista y la URSS, vendía aquello del socialismo con rostro humano que declamaban como un mantra.

También sentía aversión irracional al derecho de autodeterminación de Galicia, Euskadi, Cataluña y cualesquiera otros integrados por imposición en el Estado. Por el contrario, en aquel tiempo, no ocurría así mononolíticamente con el PSOE en esta materia.

El eurocomunismo era epigonal entre otras cosas respecto a Praga 68, denunciaba la existencia de lo que llamaban Partidos-Estado, para referirse a los PCs que gobernaban lo que, por entonces, se denominaba países del socialismo real y proclamaba el pluralismo de partidos a la par que postulaba, no siempre abiertamente, el sofisma de la economía social de mercado, expresión posteriormente vertida en la Constitución del 78, actualmente vigente, probablemente por la mano del ponente constitucional Jordi Solé Tura, militante del PSUC y uno de los mentores, traductor e introductor del inefable Gramsci, utlizado como mula de carga del eurocomunismo.

Entre las filas del comunismo español Eurocomunismo y Estado recibió las críticas fundadas de Carlos Tuya y Julio Luelmo entre otros.

El eurocomunismo también era partidario de la guerra de posiciones ( el Estado, trinchera de vanguardia) frente a la guerra de maniobra.

Para estos acomodaticios la larga marcha era la de la democracia representativa en las instituciones , con vencimiento sine die, sin tener el valor suficiente para defender abiertamente el reformismo puro y duro de la socialdemocracia.

Doctrinal y políticamente el eurocomunismo marcó la guía de uno de los sectores convergentes, políticamente relevante, en el diseño relativamente exitoso del programa de Reforma del franquismo.

Ahora que todo parece hallar su parusía tal vez convenga recordarlo.

A ver si al final va a ser que en lugar de movimiento ascensional en el Vórtice de la Espiral tengamos Eterno Retorno.