domingo, 15 de diciembre de 2019

Vigo clarooscuro

No sé en que momento preciso pasamos del autoritarismo de Portanet al carrousel giratorio y circular de los partidos políticos exhibiendo su mercancía. Por medio, alcaldes de transición, Ramilo, Picher o Enma Baladrón.

 El salto de la casa consistorial en la Plaza de la Constitución al adefesio de la actual en el Campo de Granada conllevó el derribo parcial del castillo de San Sebaatián y la explanación y voladura de ingente cantidad de piedra por imperativo de la autoridad. 

A toque de corneta, cual estado de sitio, se avisaba a los vecinos para precaverse a cada detonación. Cuando se estrena sede consistorial con presencia regia y más tarde ceremonial de votaciones todavía retumban los ecos de las batallas de las huelgas del 72 y otras que las sucederían, Barreras, ASCON, Vidrios de la Florida, metal de menos de cien y así un rosario interminable. Los últimos años de la dictadura en Vigo fueron convulsos en sintonía con lo que sucedía en la geografía política de gran parte del Estado. 

En el tiempo que transcurre entre el referéndum de finales de 1976 para la aprobación de la ley de la reforma política, las elecciones constituyentes del 15 de Junio de 1977 y la ratificación de la Constitución en Diciembre de 1978, queda aplazada la democratización de la administración municipal. Aún unas segundas legislativas previas en Marzo de 1979 y cuando lo creían minimamente asegurado, la celebración de las primeras elecciones democráticas municipales desde el fin de la Segunda República.

 Esas elecciones fueron consideradas por algunos el primer peldaño desde el que construir la ruptura democrática frente a palancas de poder enquistadas en las macroestructuras estatales. 

En el caso de la ciudad de Vigo aquella primavera de 1979 concurrieron numerosas candidaturas de izquierda que no obtuvieron representación, algunas tapadera de partidos procedentes de la clandestinidad que habiendo pasado por ventanilla no obtuvieran el pasaporte de su legalización. No obstante, algunos de los candidatos de esas opciones electorales, los veríamos en reestreno con el tiempo aparecer en las listas del PSOE. 

Las primeras elecciones municipales en Vigo fueron ganadas en minoría por el candidato de la UCD, Víctor Moro, pero la alcaldía pasa a manos de Manuel Soto Ferreiro, candidato de los socialistas, mediante un pacto de las izquierdas y nacionalistas (UG, PCG y BN-PG).

 A partir de ese momento se abre un ciclo de doce años de sucesivos reenganches al frente de la alcaldía, siempre en minoría, haciendo encaje de bolillos con munícipes de la mas variada procedencia y el marcaje férreo de Esquerda Galega en la oposición durante los dos últimos mandatos. 

Esos doce años del sotismo en Vigo terminan abruptamente con la decapitación por EG cuando iba a iniciar un cuarto mandato. Los últimos tiempos al frente de la alcaldía le supusieron un verdadero calvario con varios frentes abiertos muy activos, entre ellos Pizarro Zona Verde, contra unas recalificaciones de suelo o los vecinos de Navia por el problema de los residuos urbanos, asunto que más tarde con la ubicación de la empacadora en Teis también llevaría a la desgracia a su sucesor Carlos Príncipe. 

Fue memorable la enorme bronca que tuvo que soportar Soto en la inauguración del Parque C.J. Cela de parte de numerosos colectivos que forzaron su salida precipitada del acto. 

Otro clarinazo de su desafección se produjo con motivo de la HG de Diciembre de 1988, contra la política económica de Felipe González, aun por aquella a Vigo le quedaban arrestos de alta combatividad obrera y se movilizó masivamente reclamando los sindicatos un paro institucional de apoyo. Soto se divorció en aquella ocasión del Vigo obrero tildando de "catro feirantes" a " ducias de milleiros" de manifestantes. 

De otra parte,  en ese juego de claro oscuro, Soto nos legó los caballos de Oliveira en Plaza de España, reemplazando la fuente que en tiempos de Portanet donara Cesáreo González o A Porta do Atlántico de Silverio Rivas en la Plaza de América. 

En aquellos años ochenta se pergeñó el eslogan y programa de hermanamiento cultural "Madrid se escribe con V de Vigo". Fue el Vigo nocturno del Kremlin, el Satchmo, Charango, el Manco de Lepanto o el Café De Catro a Catro. Irrumpe la revista Tintiman. Aparecieron numerosos grupos musicales, reseñando aquí solo dos, Siniestro Total y Golpes Bajos. Mención aparte de Antón Reixa y Os Resentidos. 

Durante el sotismo también renace con fuerza O Antroido, una agrupación muy recordada son Os Tarteiras y reiterada la Procesión de Santa Sotina, de gran devoción popular por aquellos años. 

Muy en positivo, la figura del concejal Francisco Santomé que facilitó magníficas dotaciones al movimiento vecinal y específicamente al rural vigués así como numerosas iniciativas de todo tipo. Santomé fue un ejemplo de saber escuchar y apoyar, conectar en suma. 

Un símbolo de los mandatos de Soto fue el enmarque de Urzáiz coronado por el escalextric de Lepanto y el empeño del alcalde en su demolición. Queda para la memoria la foto de Soto junto al ministro Cosculluela anunciando la desaparición definitiva de aquella aberración subidos a la plataforma de hormigón, logro alcanzado por su empecinamiento.

Con el fin de las sucesivas alcaldías de Soto, Vigo se sitúa en la década de los noventa y cubre todo el período de la llamada Transición política y la transición industrial con las sucesivas reconversiones, el paso a una ciudad más terciarizada. 

Soto tendría un epílogo sin gloria allende el PSOE, obteniendo acta consistorial junto a Agustín Arca, fuera del gobierno municipal y en inciertas aventuras empresariales. 

Naturalmente el repaso exhaustivo de aquel tiempo excede el espacio de estas líneas, apenas un fugaz relampagueo puede iluminar este claro oscuro.

P.D. Este sucinto relato fue escrito a vuelapluma a sugerencia de mi antiguo condiscípulo de bachillerato Adolfo Telmo.