martes, 28 de julio de 2020

El Bayona

Hay un bramante invisible que anuda el Almas Perdidas, el Bayona, asciende por Pobladores y nos deposita a los pies del Olivo, en el Paseo de Alfonso, frente al Chafarís.

 Desde la acera volada, con la vista puesta en la ría, las Islas Cíes.

 A esas horas, saliendo del Bayona, no son crepúsculos, sino púrpuras de amanecida. 

Si en el paladar empezamos a tener presentimiento de resaca de una noche insomne, un cierto aturdimiento, vértigos y sensación de vacuidad postcoital ¿Qué nos queda?.

 Es subjetivamente imposible que a la noche suceda el día y además no hay una línea limpia que bisele la luz de las tinieblas cuando se interponen horizontes bermejos como si el vino se hubiera derramado en una discusión de taberna. 

En ese impreciso momento en que tal vez las piernas se niegan a soportarnos y en el que también cabe la oscilación entre la euforia y la depresión, tras una noche de extenuación alcohólica, ahí aparece la visión de las islas como escuadra a la deriva o como refugio de naufragio pirático o corsario. 

Pudo ser así, no es cosa sabida, que Loreléi sintiera añoranza de lo perdido y quisiera anclar en el puerto de Vigo, impartiendo aliento de corazón impetuoso, con la azul pupila proyectada en los misterios oceánicos a los que tal vez pertenece.