lunes, 17 de junio de 2019

Casa Toribio

Toribio llegó un buen día de comienzos de los años veinte a la ciudad de Vigo. Procedía de Sanzoles, pueblecito en la provincia de Zamora, donde con ilusión y rudo trabajo tentó la suerte.

Una de sus ocupaciones fue un coche de caballos, algo así como un taxi del momento, hasta que se estableció con una de las llamadas tascas o tabernas en las proximidades de la Porta do Sol, en la Travesía de la Aurora.

Ese lugar de paso y encuentro, allá por el año 27, se llamó Casa Toribio, la primera denominación de la Viuda, así hasta el año en que finaliza la guerra en el treinta y nueve.

A partir de esa fecha pasa a ser Casa Felipe, regentado por el yerno del anterior, la primera mudanza de piel, que no de entraña o sustancia, permanente en el devenir de las generaciones en el ceremonial del chiquiteo. Felipe fallece en el 56 del pasado siglo, pero continúa al frente doña Amparo, su viuda.

De ahí hasta el 75 y serán las gentes las que irán poniéndole a Casa Felipe la denominación popular de la Viuda.

Tras ese año se inicia una nuevo tiempo con la muerte de Franco y se renueva la clientela con jóvenes de instituto que empezamos el rito iniciático del chiquiteo a imitación de nuestros mayores. Es en ese tiempo en que Maruja y Fito, más la primera durante el día y el segundo a la noche, se ponen al timón de la ya consolidada taberna La Viuda.

Y así hasta el cierre en los noventa, en que las tardes de los sábados se quedaban atendiendo los hijos de Fito y Maruja, Fito ( hijo), Jaime y Miguel. Con ellos se cerró un ciclo, podríamos decir dinástico, de cuatro generaciones.

En los años de la por algunos llamada transición, difícil de encajar con precisión su principio y fin, La Viuda fue un pequeño santuario de sectores de la izquierda viguesa, aunque no de forma exclusiva ni excluyente. Lo testimoniaban sus paredes tapizadas con centenares de pegatinas políticas y de colectivos sociales. Todas ellas desaparecieron la noche del 23 de febrero de 1981.

Parecía que un tiempo de reacción empezaba.

De la Viuda recordamos aquella mesa artúrica de cantos y libaciones de alcoholes despeñándose de la jarras de vino condado.

También junto a sus cuadros el poema enmarcado del señor Puime, un canto a la fraternidad goliardesca, que finalizaba con un pareado que decía:" y cuando llega la bruma, como Vigo no hay ninguna".

Sean estas líneas en recuerdo y gratitud a todos aquellos como Toribio que, procedentes de Zamora o cualesquiera otras tierras, llegaron un día para quedarse a las orillas del Atlántico, engrandeciendo Vigo con su esfuerzo.