lunes, 29 de junio de 2020

Cafetería Gran Vía

Hoy me di una vuelta por Pontevedra en compañía de mi viejo querido amigo de mediados de los setenta José Quintillán. 

Volviendo la mirada atrás, entresacando de los recuerdos, dimos con nuestros huesos en un espacio sacral, verdaderamente inciático en el barrio de As Travesas, en Vigo. 

Mi vida puede decirse que transcurrió, dicho esquemáticamente, entre las calles y plazas del Vigo viejo, los predios de Castrelos y el rueiro de As Travesas, en la contorna del Instituto Santa Irene. En ese espacio simbólico y sus prolongaciones se nuclearon mis primeras luchas estudiantiles, hallando arropamiento en el Gran Vía de Roberto Magariños y Avelina, que nos permitían dejar carpetas y libros para tener las manos libres en nuestras correrías con la policía. 

Ya a finales de los setenta y comienzos de los ochenta el Gran Vía se vería poblado de una gran biodiversidad con sus correspondientes nichos ecológicos. Esa exuberancia faunística contaba con mesas de políticos, mariguaneros, naipe o músicos.

 Entre estos últimos Alberto y Rubén Pérez, el fallecido Jaso o Santi Mouriño, por citar cuatro. En As Travesas nació una afamada Big Band con el mismo nombre del barrio.

Volviendo al Gran Vía decir que se veía animado por la presencia de alumnos y profesores del Santa Irene. Entre ellos Méndez Ferrín tomando un café rápido y llevándose unas Farias, probablemente envueltas en unas servilletas de papel. 

Otra figura habitual era el profesor de matemáticas Rufo Pérez acompañado en ocasiones del también profesor de física y química Roberto Dopazo.

 Una presencia frecuente era el antihéroe de historieta de estrafalaria presencia envuelta en gabardina con pistola, Pardavila. 

Quiero añadir en este recuerdo a Emilo Mouriño, Rafael Freijeiro, Rogelio,  Julia, Fito Pérez, Marcial y Manuel Piña, Fernando y Elisa, Magdalena y Dori Quintillán, Rita Pérez, Quique Parcero y tantos otros. 

El café Gran Vía fue a modo de epítome de un barrio y un tiempo: as Travesas y las décadas de los setenta y ochenta. Eso si, con solera de décadas anteriores.

lunes, 22 de junio de 2020

Noche Mágica

Para Loreléi
Todas las noches lo son, en ellas se agita el espanto de las pesadillas y se manifiesta el dolor de esclavos que padecemos en onirismos cargados  de simbolismos trufados de angustia y terror. 

Pero hay noches que lucen el gallardete de mágicas por encima de cualquier consideración, habitualmente asociadas a los movimientos celestes o ciclos cosmológicos y en otros casos al ciclo Eros-Tánatos o ciclo genesíaco con pulsión de muerte. 

Pero quedándonos en lo más superficial, en lo fenoménico, en la manifestación de lo profundo, la noche de San Juan o solsticio de verano, pagana o cristiana, sincretismo cultural tal vez, muestra en muchos lugares la asociación entre dos purificaciones, la del fuego y la del agua. 

Saltar la hoguera y el rito bautismal del baño, en el caso " das sete ondas " añade el significado de fecundación, son manifestaciones limpias de esto que decimos. 

La fascinación del Fuego- Sol es innegable, hipnótica y la atracción- temor de arrojarse al fuego y abrasarse también, tal vez para renacer como el Ave Fénix. Otro rito del agua que purifica es el lavado de cara,  manos y brazos con un conjunto de hierbas reposadas en agua en horas previas. 

Como es sabido, en el hemisferio norte el día de San Juan marca el momento en que el Sol empieza a declinar y los días imperceptiblemente se tornan más cortos, mi abuela decía que a "paso de galiña ". 

No obstante, para mi las hogueras de San Juan están ligadas al feliz recuerdo del fin de las clases hasta septiembre y el comienzo de un nuevo horario ampliado de juegos al aire libre hasta bien entrada la noche, mi amiga y aliada. 

De todos modos, entre los mitos, leyendas y símbolos mi preferencia está con las fuentes de los bosques y sus guardianas, las rubias ninfas como Lorelei. 

Finalizando, diré que mi afán secreto era levantarme muy temprano en la mañana de San Juan y contemplar absorto en total soledad las pavesas de la hoguera humeantes y revolver con un palo o con un puntapié el rescoldo y ver renacer en diminutas hogueras el fuego.

 De esas brasas renacidas brotaban pequeñas esperanzas incumplidas. 

Felizmente.


domingo, 14 de junio de 2020

Santa Irene, geografía humana(urbana) viguesa, 73-75

El instituto Santa Irene en los años 73-75, pongo por caso, y tomando la parte por el todo, esto es su alumnado por la institución, se derramó por algunos itinerarios urbanos del municipio en una ósmosis o intercambio entre las aulas y los bares.

 Y como estoy refiriéndome al sector politizado y más o menos culturizado en el marxismo militante podré decir que de forma apoximada había tribus por filiación partidaria, aunque no muy estricta, si bien habitualmente frecuentando espacios compartidos.

 Con un aire común gauchista, esas fratrías estaban signadas por etiquetas tales como maoístas, surtidos de siglas varias, trotsquistas, carrillistas o peixes y de más escasa presencia, tal vez más discretos o clandestinos, los nacionalistas. 

Ese derramarse al que hacía mención hallaba sus receptáculos en lugares con nombre propio, muchos desaparecidos, que merecen citarse para ser rescatados del olvido. No se trata de un mero nomenclator enunciativo, fueron lugares de iniciación en el ritual de paso de nuestras adolescencias a la imitación de nuestros mayores. 

Lugares de culto al vino, a la cerveza, a la música, a veces al canto, a la conversación, a la discusión y hasta la confidencia. También a veces lugares para disimular citas de seguridad tras una acción. 

Cito nombres, en el Paseo de Alfonso la cafetería Miramar, desde hace años desaparecida, no confundir con la actual cafetería el Mirador. De bares o tabernas, por supuesto la Viuda y el Bosque con su reservado, pero también muy frecuentado el Cotorro, asociado a la memoria dolorosa de Xosé Humberto Baena. Chavolas y el viejo Porco o Casa Sánchez, Gazpara, entre otros en la zona de vinos, entiéndase calle Real, Constitución, Princesa y aledañas. 

Las cervecerías, el Laurel, el Pasillo o ya en las Avenidas, cervecería Joaquín. Para el barrio de Casablanca, Casa Dalmiro, con las cacheiras penduradas del techo, practicamente se diría alicatadas las paredes de anatomía porcina. 

Ya más en plan reunión clandestina de urgencia el bar León, ascendiendo al Calvario o de forma mucho más resuelta, previa a algún salto, de lleno en el Calvario, en los umbrales de Ramón Nieto, la Cafetería Alaska, para alguno de nosotros aroma a pólvora, peligro, pase a la acción inminente. Y vamos a dejarlo ahí. 

Los brazos del Santa Irene en Coia fueron largos y se extendieron como tentáculos por la ciudad en una geografía humana(urbana) de abrazos solidarios.

sábado, 13 de junio de 2020

La banda sonora de nuestras luchas

Volvemos al instituto en el Santa Irene en Coia. Hablaremos del curso 1973-74. Pero sobre todo en esta ocasión descaradamente del alumnado politizado y por tanto estas líneas tendrán un enmarque histórico entre dos acontecimientos que influirán desde afuera, esto es, no producidos en el marco estatal español. 

Estos dos acontecimientos históricos son de signo contrario. Uno, de frustración, el otro de esperanza. Me refiero, en el primer caso, al golpe de estado de Augusto Pinochet en Chile, derrocando al Gobierno de Unidad Popular, presidido por el socialista Salvador Allende, el 27 de septiembre de 1973, por tanto cuando se iniciaba el curso. El segundo, esperanzador y jubiloso acontecimiento, fue la Revolución dos Cravos el 25 de Abril en Portugal, protagonizada por el Movimento das Forças Armadas (MFA) en conjunción con el pueblo portugués.

 En ese movimiento pendular reacción/revolución en dos escenarios hemisféricos diferentes se produce el abalar de la discusión ideológica en los cenáculos militantes, también en nuestro instituto, tan politizado e ideologizado. 

Pues bien, aquellos hechos tuvieron su banda sonora.

Amenizando los debates y la movilización, la militancia necesita himnos y nosotros los adoptábamos de allá donde se produjeran movimientos de masas, para denunciar o para animar. 

Así recuerdo las canciones del uruguayo Daniel Viglietti o de los chilenos Quilapayún o Víctor Jara. También a Joan Báez con el No nos moverán, ya adaptado al gallego o a Bibiano con el Vello can de Palleiro, al que acompañábamos en el estribillo, abaixo a dentadura, coreando el abaixo a dictadura, como así hicimos en un acto organizado en el Instituto del Calvario, probablemente promovido por los Comités de Ensino Medio, aunque lo considero celebrado ya en el curso 74-75.  En aquella ocasión Bibiano estuviera acompañado musicalmente por un jovencísimo Emilio Cao.

 Claro está, el Grandola Vila Morena de Xosé Afonso nos acompañó hasta hoy. 

Estos cantautores y canciones, así como algunas otras integrarían la banda sonora de aquellas jornadas si nuestras vidas fueran material fílmico. La música y el canto acompaña a las gentes en las alegrías y en la penas, en la vida y en la muerte. También en las luchas sociales y contra las dictaduras. Algunos cantos más corales y polifónicos, en otros la voz solista solidaria que anuncia y empuja con su soplo sobre las brasas, avivando el fuego de la rebelión. 

El recuerdo de estos sones lo compartimos estos días Manuel Forcadela, Fito Pérez y el que garabatea estas líneas. 

Vamos reconstruyendo el tiempo que nos destruye.