jueves, 9 de marzo de 2017

In Itínere Santa Irene. Cuatro.

Hubo una categoría de docentes denominada PNNs ( Profesores No Numerarios). Una reivindicación compartida entre estos, los estudiantes y un sector de Numerarios era el Cuerpo Único de Enseñantes. Los penenes era un profesorado muy joven, recién horneado en la Universidad, con los que empatizábamos fácilmente, algunos tuvieron un paso efímero y difícil de retener en la retina del tiempo pero otros se hicieron perennes en nuestras vidas, más allá incluso de su extinción corporea.

Entre estos últimos destaca Marilís Villamarin, profesora de Filosofía, aunque recién llegada, enraizada en el Instituto por su parentesco con Rosa Villamarin, esposa del catedrático Leonides de Carlos.

Era de suyo Marilís persona jovial con el grácil don de la escucha, siempre risueña. Sus clases eran amenas, aun tratándose de una disciplina árida, como en ocasiones se torna la Filosofía. Traía aires de novedad y frente a la enseñanza  aristotélico tomista que aún tenía predicamento en alguno de los manuales escolares de la materia, haciendo hincapié fundamentalmente en la Patrística y la Escolástica  medieval, dejando como apéndices marginales las llamadas nuevas corrientes de pensamiento, fundamentalmente ilustradas, empiristas y racionalistas, Marilís fomentaba el espíritu crítico y la reflexión independiente.

En los estudios aún primaba el memorismo y la sujeción al programa o currículo ministerial. Un ejemplo de la cualidad docente de esta profesora lo pude testar cuando le propuse la sustitución del examen por la realización de un trabajo sobre el opúsculo de Friedrich Engels, " Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana ", editada por Orbis, creo recordar, acerca de un autor de la llamada izquierda hegeliana o del materialismo y la inversión idealista de la producción o relación hombre-Dios. Marilís aceptó mi propuesta de trabajo.

Una década después, en los primeros ochenta, lo recordamos una madrugada en el Café De Catro a Catro de Juan y Manolo. Sirvan estas líneas para profesar afecto a su memoria y dejar constancia que hay personas cuya ausencia nos acompaña siempre.

In Itínere Santa Irene. Tres.

Entre los profesores que  impartieron docencia en los cursos 1973-1974 y 1974-1975 se encontraba Lalo Vázquez Gil, entrañable profesor e ironista consumado de fino estilete dialéctico y algún que otro exabrupto.

Lalo, por aquellas fechas,  publicaba en el diario vigués El Pueblo Gallego una variada miscelánea de colaboraciones escritas y viñetas gráficas de un personaje llamado Gorecho.

Trascendía pues las aulas su presencia en la ciudad de aquellos años. Con el tiempo habría de llegar a Cronista Oficial de Vigo y poseedor de una cierta erudición y sistemática de investigación en temas locales.

Pero volviendo a las clases. En ellas solía dirigirse al alumnado con la expresión " a la palestra ", para invitarnos a exponer los conocimientos adquiridos. Los manuales que por entonces se utilizaban en la materia de FEN ( Formación del Espíritu Nacional) habían ido abandonando el sesgo más doctrinario falangista para ir asmejándose a un texto de Ciencias Sociales, expurgado de la fanfarria o ganga más socialpatriótica o nacionalsindicalista por una temática un tanto internacionalista o cosmopolita ( la ONU, OCDE, CEE). Probablemente se tratara de alguno de aquellos textos de la Editorial DONCEL, en algún caso de la autoría de Gonzalo Torrente Ballester, también profesor de la Escuela de la Armada.

Así, por ejemplo, en alguna de mis apariciones sobre la tarima del Aula, recordemos " a la palestra ", hube de hablar del por aquella representante de España ante la ONU, Jaime de Piniés, de los ministros tecnócratas opusdeístas, los lópeces ( López Bravo, López Rodó o López de Letona), cuando no de la por entonces tan traída solicitud de adhesión  de España a la Comunidad Económica Europea, y del veto político a su ingreso. Por estas y otras intervenciones recibiría la felicitación de Lalo.

Tras muchos años, con motivo del fallecimiento de Rufo Pérez, me reencontraría con Vázquez Gil en el Paraninfo del Santa Irene en el homenaje a Don Rufo. Allí hablaríamos y quedamos para una reunión en la Cafetería Reca2 en Gran Vía, con la finalidad de promover la petición de una Vía Pública en memoria del profesor de matemáticas. Y lo conseguimos.

Ahora, también fallecido, como todos a su turno, el admirado Vazquez Gil, brindo un cariñoso tributo a su ausencia. Así se cierra el ciclo de la memoria.

viernes, 3 de marzo de 2017

In Itínere Santa Irene. Dos.

Era finales de Septiembre del año 1973, el verano se iba adentrando en el Otoño con golpes de calor. Entre mis primeras impresiones a la llegada al Instituto se encuentra una desagradablemente olfativa.

Supongo que en previsión de lluvias y a falta de asfaltado o pavimentado, para evitar un lodazal, se habían depositado conchas de berberechos y otros moluscos a la entrada o accesos del que sería nuestro centro de enseñanza.

La prolongación del verano más allá de lo esperado y unas temperaturas probablemente más elevadas de lo acostumbrado trajeron como consecuencia un cierto tufillo a descomposición.

Éste fue el pórtico olfativo de mi recepción al inicio de los estudios de secundaria, un primer contacto de pituitaria, subtipo de memoria, dijéramos. Abría sus puertas el Otoño en la Primavera de la vida.

jueves, 2 de marzo de 2017

In Itínere Santa Irene. Uno.

En el curso 1972-73 el Instituto Santa Irene se puso in Itínere con la proa hacia los descampados de Coia, lindantes con el cementerio de Bouzas, encontrando cobijo en un inmueble sin personalidad, junto a un centro de PPO (Promoción Profesional Obrera ), de igual escasa entidad arquitectónica. El porte noble de la arquitectura del Santa Irene, con su Torre y Reloj, pórtico y jardines, debió sentirse degradado y aún triste en su migración temporal hasta el curso 1977-78, una desventurada suerte de exilio, en un páramo que empezaba a edificarse en populosa verticalidad.

En el trayecto entre As Travesas y el que algunos denominamos Instituto Viejo de Coia, desde hace años bautizado con el nombre del insigne galeguista Alexandre Bóveda, en los años citados reposaban los restos mortales de los tranvías de Vigo, comidos por los gusanos de la herrumbre, en varios lineales de lo que antaño fueran las cocheras. También a modo de limbo se encontraban unos nonnatos autobuses, pues jamás entraran en uso en nuestra ciudad, de dos pisos, pintados de rojo, procedentes de Londres.

Los tranvías dejaran de circular el 31de Diciembre de 1968. Con la despedida de ese año se fueron. Una herida que aún supura en el costado de la memoria de los vigueses. Nuestras incursiones en el interior de las unidades o vagones tenía mucho de nostalgia de ecos apagados de bulliciosa vida y ajetreo de aún no lejanos años de nuestra niñez, en un entorno asilvestrado, ya más que silvestre, de silencioso recogimiento.

Así íbamos empezando los días en un ejercicio iniciático de venideras jornadas de educación en las aulas y en los campos. Un Santa Irene trashumante por los predios de Florida y Coia.