Era finales de Septiembre del año 1973, el verano se iba adentrando en el Otoño con golpes de calor. Entre mis primeras impresiones a la llegada al Instituto se encuentra una desagradablemente olfativa.
Supongo que en previsión de lluvias y a falta de asfaltado o pavimentado, para evitar un lodazal, se habían depositado conchas de berberechos y otros moluscos a la entrada o accesos del que sería nuestro centro de enseñanza.
La prolongación del verano más allá de lo esperado y unas temperaturas probablemente más elevadas de lo acostumbrado trajeron como consecuencia un cierto tufillo a descomposición.
Éste fue el pórtico olfativo de mi recepción al inicio de los estudios de secundaria, un primer contacto de pituitaria, subtipo de memoria, dijéramos. Abría sus puertas el Otoño en la Primavera de la vida.