Eran los años sesenta en Vigo. Llegaban puntualmente a su cita anual las Navidades. Eso si, no madrugaban tanto, no había Corte Inglés ni un alcalde de ego hipertrofiado que hiciera de esas fechas un culto a sí mismo, de tal modo que fuera a un tiempo el burro, el buey, San José, la Virgen y hasta el mismísimo niño mesías.
Tampoco teníamos el puente largo de la Constitución y la Inmaculada, porque bastaba con el dogma virginal de la segunda.
Los dos árboles públicos que destacaban y se adornaban eran, en ocasiones, el Olivo, en el.Paseo de Alfonso XII y el que ponía la Caja de Ahorros Municipal de Vigo en su sede principal.
De la megalomanía de un árbol ficticio de lucerío taurino ni por asomo. No disputábamos el ridículo de ningún récord mastodóntico con Tokio, Berlín o Nueva York. No pretendíamos ser el ombligo destellante del universo.
Los protagonistas éramos los niños. Los dos actos rituales públicos más importantes eran la visita al Belén de la Caja de Ahorros y la asistencia a la Cabalgata de Reyes.
La Navidad en aquellos años infantiles de los sesentaytantos se notaba de verdad con las vacaciones escolares y el sorteo de la lotería, cantada por los niños de San Ildefonso, que era seguido preferentemente por los aparatos de radio, cuyas voces inundaban por la mañana los quehaceres cotidianos de la jornada.
Jugábamos en la calle y disfrutábamos de lo lindo con aquel asueto vacacional que se nos hacía brevísimo para el disfrute de los regalos.
No asomaba sus barbas gringas Santa Claus por nuestras calles, aunque ya si por las pantallas de los primeros televisores en las series americanas.
Vamos, que de papanoeladas nada.
En esas fechas, otra cita infantil viguesa ineludible con la Navidad era entregar la carta a Sus Majestades visitando Almacenes Alfredo Romero, en la calle del Príncipe. Durante el año los jueves regalaban globos. Aquellos almacenes tenían ya de suyo algo de majestuoso, con su estanque de peces de colores y hasta creo recordar pájaros multicolores.
Por lo demás, esas fiestas viguesas eran de compartir, un tanto comunitarias, unos entrábamos en casa de los otros, sin importar quien tuviera más o menos. Duraban menos y se disfrutaban más.
Reinaba, perdón, gobernaba localmente aquellos años Portanet.