Conversando en discurso giratorio sobre el Bicentenario de Marx me encuentro dentro de un bucle en el que la figura del pensador victoriano se multiplica en un juego de espejos donde su vida y obra se desdoblan.
Que si el joven Marx y sus manuscritos, publicados a 50 años de su muerte, que si el Marx maduro, roedor impenitente de los libros azules y así otros azogues registradores.
Más tarde, veo como el personaje se desdibuja o es borrado por eslabones mediales epigonales.
Althusser, el principal traficante de sueños.
Marx, opio de la militancia marxista, con la Harnecker como camellito de menudeo en pequeñas dosis.
Así en estas idas y venidas, me formulo unos interrogantes sobre si el gran pensador no será una vasta terra ignota, en la que la abundancia de pisadas impide observar las huellas primigenias para dar alcance a la captura de lo más sutil, las ideas, vestidas, desvestidas y travestidas por tanto turiferario.
Tal vez en amical convivio se puedan ir aventando las pavesas del pensamiento crítico, en próximas jornadas de estudio dialógico, interrogando directamente a los textos o si se prefiere interpelando con la mirada puesta directamente en la palabra.