La idea de la política como una actividad racional y racionalizadora, enraizada en la concepción aristotélica del hombre como un animal racional, esto es situado por encima de sus propios apetitos y egoísmos, conjugado con el también zoon politikon , animal político aristotélico, nos lleva al planteamiento de que la actividad política fuera tal vez la arena o escenario de las soluciones, más allá de las pasiones, a los problemas.
Esa sería la actividad de las facultades intelectuales del área cortical, más bien del neocortex, por analogía, del cerebro colectivo. Ahí reside, se dice conmumente, la capacidad de raciocinio.
Pero hay otra política más primaria, la que denomino límbica, que contradice la anterior, también la podría llamar reptiliana, en ella se sobrepone la lucha por imponerse, la lucha por el poder.
Ahí la política en vez de ser el locus de las soluciones pasa a serlo de los problemas acrecentados, incrementados, multiplicados. Las pasiones desbordan a las razones, lo emotivo y manipulador anegan la arena pública, enchoupándolo todo.
También la denomino límbica por la etimología del termino latino, cuya traducción viene siendo límite. De ahí también el limbo de las ánimas, un borde o límite entre la bienaventuranza de los elegidos y la fatal condenación.
Pues la política límbica es el medio camino entre el vicio del mando y la virtud del servicio público, cayendo más del lado del vicio plenipotenciario.
De momento van ganando los reptilianos.
El pasado sábado en Santiago de Compostela tuvimos buena prueba de ello.