martes, 14 de mayo de 2019

Mario Granell y la Viuda

Ahora que algunos andan a la pescuda de lo que no vivieron para añadirle la vitola de ilustrado a este o aquel lugar de condumio y alcoholes de celebración de la convivio o encuentro, vamos a contar dejándonos de narrativas al uso, desde la entraña, desde la con-vivencia, desde la reconstrucción de la memoria común, aunque desde la atalaya de mi perspectiva particular, con sus silencios y omisiones y fabulas, como todos.

Para mi estas evocaciones son como una profiláxis del Alzheimer, como un por si acaso.

Lo que puedan tener de fábula, capricho o autocensura son exhudaciones del pasado actualizado. Estos fragmentos de memoria no pretenden ser foto fija de nada, no son un álbum fotográfico en prosa, aunque a alguno se lo pareciere, ni tienen apetencia de lirismo, sino lo desprende con su aroma la mera evocación.

Eso si, tienen por sustrato el abono de las innumerables horas transcurridas en los lugares recordados.

Era un día indeterminado, entre finales de verano de 1975 y primavera de 1976, en París. Entro en la Librería Española, en la Rue du Seine, creo recordar, regentada por un exiliado poumista español, en ese momento cercano al PSF.

Entre mis adquisiciones, Historia de España, de Pierre Vilar y una revista, Tribuna Socialista, editada en Nueva York por el ala izquierda del POUM, según aparece en la propia publicación. Como responsable Eugenio F. Granell, para mi por entonces, con 17 años, un desconocido.

Años después, tal vez mediados, finales de los ochenta del siglo pasado, en La Viuda, conocería a su hermano Mario F. Granell, tras su regreso de Venezuela. Con un bolívar seriamente devaluado, ya no era una divisa fuerte ante la peseta, y Franco hacía unos años que había muerto, ambas circunstancias empujaban al retorno .

El caso es que Mario, Oliva, su mujer, Cachita, su hija, Isabel Ferreiro, en aquel tiempo inseparable de la anterior e hija de Celso Emilio,  el inolvidable Jesús Vaamonde y su mujer Araceli,  Lodeiro, el propio Adolfo Lareo y algunos otros, más o menos circunstanciales, a los que yo mismo me incorporaba, hacíamos peña.

Mario era un hombre de verbo fácil, nada conformista en su discurso, culto y chispeante, un humorista incisivo y risueño. Nunca lo consideré totalmente integrado a su regreso de tantos años de ausencia.

De su boca la memoria de los tiempos republicanos, de la cárcel durante la guerra y después, de Venezuela y sobre todo de dos vanguardias, una artística, el surrealismo y sobre todo André Breton, y la segunda, política, el trotsquismo, Trotsky y sus relaciones y reflexiones sobre arte y literatura.

Su partido, el POUM, al igual que su hermano Eugenio, aunque próximo en aquellos días al PSOE, no obstante con cierta distancia.  Mario iluminó muchas horas y días de tertulia en la Viuda.

A su fallecimiento, Adolfo Lareo y sus amigos de la Viuda promovimos una recogida de firmas para que se le diera como reconocimiento su nombre a una calle viguesa. 

Se consiguió siendo alcalde Carlos A. González Príncipe, del PSOE, también proveniente del trotsquismo. Vayan estas líneas en memoria de ausentes y presentes.