martes, 22 de mayo de 2018

Rúa de Santiago, de los catorce bares

En la semana pasada me llegaron noticias del fallecimiento de Antonio, propietario del bar Tapitas en la Rúa de Santiago.

Lo recuerdo en mi infancia de los años sesenta con sus trabajos de soldadura en los bajos del número 13 de la citada calle, como así me lo confirma Fernando Rosendo, residente también por los sesenta en el mismo número.

Con la muerte de Antonio se da la desaparición, probablemente, del último nacido en la Rúa de Santiago que permaneció, hasta consumir las últimas horas de su existencia, sin abandonar tan emblemática vía de lo que hoy algunos denominan casco vello alto, nomenclator inexistente para los que aún disfrutamos una infancia de juegos en el Campo de Granada.

Del mismo modo Antonio, persona amable y entrañable, ignoró el significado de gentrificación e insinuaba sonrisa cómplice de un cierto desapego añoso, si bien apreciaba el retorno a la vecindad de algunos pocos como Xabier Romero y su iniciativa editorial con nombre de fémina Elvira.

La recuperación de la memoria de los relatos de la Rúa, aún no siendo lector, la apreciaba.

En largas conversaciones de los últimos años, la Rúa de Santiago que compartíamos era una ya fenecida, llena de vida y travesuras infantiles y sobre todo la calle que él nombraba de los catorce bares.

Yo recuerdo algunos menos pero casi.

Empezamos por la mano izquierda, ascendiendo del Paseo de Alfonso hacia Cachamuiña, el que llamaron el Bernabeu por reunir peña madridista y taurina, frente al chafarís; el estanco de Manolita, que blasonaba de viuda de legionario, donde hoy hay un bar; a continuación el que sería A Terra Nosa, le seguiría el bar Caracas del estradense Manolo Rivadulla y su mujer Remedios, inmediatamente O Val Miñor, de cuya procedencia de lugar concreto indeterminado era el padre de Antonio, le sigue Casa Jaime y su mujer Concha, en el bajo del número siete. Un poco más arriba el bar Cristalera, a continuación la tienda bar de la señora Carmen, donde despachaban espirituosos y chatos de Sansón.

Seguimos ascendiendo y encontramos Casa Otero, oriundos de la comarca orensana del Ribeiro al igual que el antes mentado Jaime. Un poco más arrriba, finalizando la calle por la mano izquierda, dando cima a Cachamuiña, todavía un par más.

Por la mano derecha, también en sentido ascendente, son algunos menos.

Empezamos por el Tres Ventanas, dudo de si de Balbino o Albino, igualmente de origen en el Ribeiro, para continuar con el reseñado Tapitas y vamos a cerrar con el Bodegón, que en algún tiempo, allá por comienzos de los ochenta, regentó a su vuelta de Suiza, Eloy Arza, quien más tarde pondría Mesón en la calle Alvaro Cunqueiro.

Echen la cuenta si los números se  aproximan a las catorce bares, como decía Antonio, o al menos la docena. No andarán lejos.

Para despedir su memoria quiero juntar su nombre al de Verísimo, quien también abilló en el Tapitas allá por los setenta, retornado de Portugal, y con habilidades de ilusionista.

Buen viaje, amigo Antonio, la Rúa, de cada vez más gentrificada, queda huérfana de ti.