Un año más llegamos a la ineludible cita navideña. Así como llegan Antroido, Reconquista, Semana Santa, programación estival, incluidos el Cristo, menudo cristo, San Roque y Marisquiño, Difuntos, en un salto nos ponemos nuevamente a despedir el año como entró y vuelve a entrar.
Un eterno retorno festeiro. La paradoja del tiempo inmóvil. Lo dejá vu.
Pero en los últimos tiempos, de todos los ciclos, el navideño en Vigo se torna y retorna un cuento de hadas o la colección completa de los cuentos de hadas.
Estas navidades para mi tienen un aquel de circense y aires de feria. Lo que algunos llaman ahora parque temático.
Aldea lapona, renos pastando cesped urbano, carroussel, muñeco de nieve y así toda la iconografía Disney Factory al uso de estas fechas y ,claro está, algo tan en nuestras biografías de vigueses como las copiosas nevadas invernales, que yo que lo soy de nacimiento y ya sumo algunas décadas recuerdo dos en mi vida, una siendo niño por los años sesenta y otra en los ochenta.
Lo cierto es que si te mueves entre Urzáiz, Príncipe, Colón, Policarpo Sánz y Porta do Sol tendrás la impresión de ser un minúsculo elfo habitante de uno de aquellos cuentos troquelados que se desplegaban en una erección, perdón, de sus páginas, temiendo ser expulsado violentamente del cuento.
Al caso, que todo esto sería nada sin el clímax del encendido lumínico de un árbol cuya estructura metálica cada año crece unos metros.
Es en ese momento supremo que los habitantes de la urbe rugen en múltiples orgasmos LED. En ese preciso momento, al otro lado del Atlántico, Nueva York se encoge de tristeza, acomplejada ante el goce de los vigueses, sabedora de que nunca podrá alcanzar el Rockefeller Center a la Porta do Sol.
Y colorín, colorado este cuento se ha acabado. Y no es un cuento de Navidad.
That's all folks.