domingo, 20 de diciembre de 2020

Flamenco y gitanismo

Criado en la Rúa de Santiago mi contacto con el pueblo gitano resultó frecuente, más todavía, cotidiano, calós de mi edad fueron compañeros de andanzas y travesuras. Con los que yo me pude tratar vivían por la calle Herrería, sin mayor precisión. Claro está, lo relacionado con posible filiación a clanes o familias se me escapaba. Eran los años sesenta, yo era niño y nada averiguaba. 

Les recuerdo sentados en los pasos del chafarís con sus cachabas y sus facas, casi iba decir facones. También frecuentaban la cafetería Miramar y algunos el bar que llamaban el Bernabéu, por tener peña madridista y también ambiente taurino, a mayores de un futbolín muy solicitado. 

De los gitanos de la Herrería de aquel tiempo aprendía palabras como chuquel, balichó , chorar (de significado no llorar como en gallego, claro), chivar en una especial acepción sexual o acais. Había otros trashumantes, que se decían húngaros o rumanos que nos visitaban con un espectáculo semicircense de una cabrita amaestrada que con acompañamiento de trompeta y percusión se encaramaba a un pedestal y allí giraba sobre sí misma. Eran muy ruidosos, a veces se acompañaban de teclado y los vecinos desde las ventanas les lanzábamos monedas que con mucha habilidad atrapaban con una canastilla. 

Pues si estos fueron los comienzos de mis contactos con este pueblo, años más tarde cobrarían otra dimensión. Con motivo de mi servicio militar en Madrid consigo en la librería El Prado, cerca del Ateneo, una edición facsímil de un libro de Francisco Quindalé, que entre otros contenidos traía unas bases gramaticales y un breve diccionario del caló como dialecto del Romaní. 

Posteriormente, en los comienzos de los ochenta, la enciclopédica obra de Caballero Bonald y Colita sobre maestros del flamenco y al tiempo en Espasa Calpe el libro más poético e iluminador que haya apreciado, Memoria del Flamenco, de Felix Grande, donde aprendí a mejorar mi audición de los distintos palos del cante y la certificación inapelable de la consustancialidad entre los mundos flamenco y gitano. 

Ya finalizando, la profusa y documentada obra de Gibson sobre Lorca y el flamenco, a partir de Romancero Gitano, el título lo enuncia todo, queda patente la transfusión cutural y vital entre los melismas del cante gitano y también sefardí en una opus magna, llamada flamenco. 

En estos momentos suena Juan Peña, el Lebrijano, acompañado de la Orquesta Andalusí de Tánger, las dos orillas del flamenco, y volvemos a renovados afanes dejando esta pequeña reseña.