En el diario El Sol, allá por finales de 1930, publicó Ortega y Gasset el artículo El error Berenguer, referido a la dictablanda, período de transición de la dictadura primorriverista a la Segunda República. El artículo finalizaba con la sentencia, conocida por casi todos, Delenda est Monarchia, la Monarquía debe ser destruída.
A los pocos meses, sería febrero de 1931, Ortega constituye con Marañón y Pérez de Ayala la Agrupación al Servicio de la República, que en las Constituyentes logrará escaño para sus promotores.
La defensa que estos hacían de la República lo era desde una perspectiva liberal aunque no estrictamente en la acepción dura hoy al uso sino más bien progresista en un sentido tampoco muy preciso.
La Segunda República tuvo una vida convulsa y un tanto azarosa y de ella fueron distanciándose algunos de estos integrantes de la intelectualidad. Como es sabido acabó de forma cruenta con un golpe de estado que devino en una guerra de casi tres años, dando paso a una dictadura de casi cuarenta.
Aún hoy en amplios sectores de población la República se asocia a desorden, izquierdismo y guerra. Para otros democracia y progreso forzadamente interrumpidos.
Aparte de las lecciones, no siempre unívocas, de la Historia, hay algo claro, la República como institución no es de derechas ni de izquierdas, en el lenguaje actual se diría transversal.
El sucinto e incompleto repaso anterior nos sirve para dejar claro que la República es una institución originariamente burguesa frente al absolutismo o dictadura, que por conveniencia las clases poderosas pueden declararse accidentalistas o monárquicas, pero al mismo tiempo pueden revertir sus posiciones.
Si la Monarquía actual pasara de ser una garantía para las clases poseedoras hegemónicas a un factor de desestabilización social y política la abandonaran.
Estoy pensando en Cataluña y su onda expansiva.
En ese escenario o terrero le toca hoy imperativamente jugar a las izquierdas.
No pueden rehuir ese envite.