viernes, 11 de junio de 2021

La Magia de Vigo

Me encuentro en el restaurante tapería Tinta Negra en el puerto de Combarro, en frente se dibuja el perfil de Placeres en Marín. Una brisa procedente del mar refresca la alta temperatura de este preaviso estival. 

Como es sabido Combarro tiene ese enxebrismo marinero que perfuma y ambienta recantos de nuestro ancestral país. 

En compañía de mi amigo José Quintillán Vallejo fluyen a borbotones, caudalosos recuerdos del Vigo de los ochenta. Destapamos el cofre nacarado donde habita la perla del tiempo licuando memoria y con un chasquido de pulgar y anular, la Magia de Vigo. 

Érase el año 1985, José Quintillán y Natalia Martínez emprenden en la noche viguesa una intersección de gentes y ambientes, una llamarada efímera e intensa en tiempos de aquella movida viguesa hermanada en la uve de Vigo con Madrid.

A la Magia se accedía por Orillamar enfilando Bouzas, bajo la que fuera discoteca Fausto, en aquel momento nombrada ya como la Kama, en la curva de San Gregorio. Para allí se llevaron a Toni, ex pincha de la discoteca Misa, quien supo animar, desde lo alto de la estructura que le servía de cabina, el local con la mejor música del momento.

 Por allí también Jesús Valmaseda, pintando sus atractivos murales en vivo, en las horas de las copas.

 En la pista una talla de madera de una virgen aclimatada discotequera. Como ritual final de la noche, en ese momento dudoso que separa o junta noche y día, Bibiana danzaba mientras sonaba cuatro rosas de Gabinete Caligari, en evocación de aquel Bourbon de Kentucky. 

Añade mi amigo y yo suscribo que no toda la movida fue pijerío. Tuvimos la polifonía de la Magia, junto a las grúas danzantes y giróvagas de los astilleros. Tal vez alguien lo recuerde.