Parecen dos términos antitéticos pero no lo son.
¿Qué puede llevar a alguién a pensar de sí mismo que es la persona adecuada a representar intereses colectivos, más allá de los suyos propios, qué le puede llevar a pensar que sabe o acierta a interpretar los intereses de terceros?.
Más aún, ¿qué puede llevar a pensar el salto de la cuasi infinitud de átomos sociales a conglomerados macro de índices manejables alienados para el cómputo de la ingeniería social?.
Una vez más sería necesario rasgar el velo del misterio para encontrar las sinrazones, razones al fin, de tales operaciones.
Yo presumo que la ley del número, expresado en modelos, hace las cuentas de los mandamases y aspirantes u opositores al mando, que cuando lo alcanzan estos últimos sólo se cuidan de recuncar.
Pero en todo caso, ¿ cuál es el principio de selección, no el procedimiento, para acreditar valía o idoneidad al cargo?.
En el discurso de las llamadas derechas, la meritocracia, sólo los mejores, los aristói, deben guiar o conducir, el principio aristocrático, y de entre los mejores, el mejor, el uno, monos o único, principio monárquico. Su investidura no requiere necesariamente el procedimiento democrático.
Y para las izquierdas, ¿ quién debe representar, conducir y guiar, cuál es su principio, cabe ahí la meritocracia, y en caso afirmativo, cuál o de qué tipo es la suya?.
Las izquierdas afirman la preeminencia, entiéndase la eminencia previa, de las masas, léase lo colectivo, sobre lo personal o cuando menos individual. Uno de los mitos de la izquierda es la Asamblea y la revocabilidad de sus decisiones y electos, en consecuencia la mayor virtud meritocrática de los elegidos, que no ungidos, es serlo por la presunta Mayoría, por el número. Viene siendo una antinomia irreductible entre cantidad y calidad, la virtud en el número y el procedimiento democrático, porque el pobre concepto del demos en esta acepción es el conteo numérico para la transmutación alquímica de la representación.
Esa es su fortaleza y debilidad, la suma de todas ellas, y también la razón por la que la izquierda es tan golpista contra sí misma, tan destituyente de sí propia y de quienes se yerguen a representarla.
Su principio meritocrático consiste en la mejor destreza en el oficio de manipular los números del Ágora Democrática desde la Cueva de Piratas conspirativa.