Vivimos en una ciudad hermosa. Siendo natural, que se decía en tiempos, de Vigo, nunca se me ocurriera pensar si naciera en una ciudad bella. Eso para mi no tendría ningún sentido. Pero tampoco para mis familiares y vecinos. Nunca se planteó tal cuestión.
De Vigo lo más que le oía decir a mis conciudadanos era aquello de ciudad laboriosa, de que aquí se trabajaba mientras la Coruña se divertía o Santiago rezaba. Poco más.
En aquel Vigo de los sesenta el Celta, los derbys con el Deportivo y las quedadas en el Tropical de Juanito, hoy el Castro, junto al Olivo, para ir a Balaídos, bota de vino incluída en bandolera.
La Reconquista, con sus gigantes y cabezudos danzantes, una gigantona llamada popularmente Maruxa, los mazeros dando escolta y solemnidad a las autoridades y a los actos, traje de gala y casco emplumado.
El Cristo de la Victoria con el olor a cirio empapando la atmósfera estival y sus penitentes descalzos, arrancando de la Colegiata o Concatedral, en el corazón mismo del Casco Vello, tirando por la Rúa Real al Berbés o la Romería de San Roque con sus exvotos en su finca, capilla y pazo. Religiosidad de arraigo popular.
Los Festivales de España en Castrelos o los estacazos de Gorgorito y su cancioncilla Té, Chocolate y Cafè, la bruja Ciríaca, la Princesa Rosalinda y el Ogro.
Las fiestas del Carmen en Bouzas o las del Berbes, la batalla de flores, las fiestas de las Avenidas, los Circos donde ahora arrancan las calles Venezuela y Ronda de Don Bosco, la Procesión de los pasos de Jueves Santo, que en los ochenta quiso resucitar Leri, saliendo de la parroquia de San Francisco, a su paso por el Paseo de Alfonso XII, para mi el mirador o terraza más bella de la ciudad.
Un poco más tarde el desfile del destornillo. Por supuesto, siempre, la cabalgata de Reyes, sin encendido oficial de alumbrado navideño, el árbol natural y belén de la caja de ahorros.
Las imágenes en movimiento de los tranvías, con su traqueteo, el jugar en la calle, los urbanos o municipales con la bacenilla en la cabeza, los conciertos de la banda municipal de música los domingos a las doce en la Alameda. Esto y mucho más.
Ahora bien, ¿vivíamos en una ciudad hermosa, tenía algún sentido siquiera preguntárnoslo y menos aún declararlo y proclamarlo?. Parece claro que esto sólo puede ser un eslogan para gente foránea, nunca para los propios.
En la librería Pax, existente en los sesenta en la calle José Calvo Sotelo, hoy Elduayen, desparecida, o también en la librería Galdós, de la que aún milagrosamente se conserva el letrero, en la calle Falperra, mi madre nos surtía de literatura infantil y juvenil, de la primera lectura de Alicia en el país de las maravillas.
Leo en los periódicos de los últimos días que los vigueses consideramos que la ciudad carece de problemas. De la ciudad hermosa a la ciudad de las maravillas.
Mientras tanto el conejo blanco nos sonríe jugueteando tras el seto jurásico, dando saltos de ida y venida a la fuente de la Princesa.