En estos días las aguas de las mareas se han visto agitadas por algo que, más allá de la casuística, plantea como cuestión de fondo la relación entre ética y política o más bien, a mi entender, la ética en la política.
El asunto resulta espinoso cuando se traslada a la pragmática de la aplicación concreta.
Así, en un mismo grupo político, se le plantea la decisión de abandonar la institución a dos diputados por conducta que pudiera resultar objeto de reprobación, sin entrar en el detalle de los hechos en cada caso.
La primera cuestión a aclarar es que la dimisión solo la puede resolver, en conciencia, el diputado o diputada, nadie más. No se le puede forzar legalmente a ello aunque se le requiera y esto constituye la dimensión ética incorporada al comportamiento consiguiente y consecuente.
La segunda observación resulta del hecho de que cuando uno pone el listón muy alto en la crítica al adversario no puede sustraerse del cumplimiento del stándar para sí mismo.
La tercera apreciación difícilmente acepta la comparativa en la crítica hacia el comportamiento del contrario con la de uno propio como vía de escape o justificación para eludir la propia responsabilidad.
Me refiero a establecer grados en la comparación de la conducta y en vez de asumir lo propio hacer la crítica del otro.
Y finalmente, tampoco es asumible la defensa de alguien en base a considerandos o elementos no formulados en los hechos, amparándose en argumentos ad hominem.
El caso es que en Marea se han planteado dos situaciones resueltas de manera diversa por el momento.
A mi parecer alguien pagó con su dimisión el precio de un dos por uno.