El mito más extendido en la medida que avanzaba el pasado siglo veinte llegando a su crepúsculo y caía en un efecto dominó, tras la URSS o con esta de fondo instigando, lo que fue denominado el campo del socialismo real, con las sucesivas olas democratizadoras, ese mito es la democracia.
En fechas anteriores a la implosión mencionada era acostumbrado establecer el distingo entre democracia formal burguesa y democracia material o real. Posteriormente triunfará plenamente la acepción formal, de modo que no habrá papanatas que no se ponga en actitud genuflexa ante la urna y que lo del voto libre, secreto, directo se convierta en dogma de la nueva conversión al credo del mandato representativo que no imperativo y revocatorio.
Por el camino fueron quedando planteamientos varios de democracia directa, corporativa u orgánica, asamblearia o consejista y así otros. De este modo llegamos al punto, por mutación tecnológica, de la democracia virtual. Hasta aquí requisito ineludible de las votaciones era su carácter presencial, no cabía el voto delegado e incluso el voto emitido a distancia del lugar de recuento siempre fue el más cuestionado en su pureza por susceptible de mayor manipulación.
El origen del proceso de votaciones, principio legitimario, es la confección rigurosa del censo de electores, un censo público y verificable por todos los votantes susceptibles de ser incluídos en él. Debe haber un órgano de carácter jurisdiccional encargado de su custodia y actualización y un acceso constatable a estas operaciones. A día de hoy las Juntas Electorales, integradas en el Poder Judicial.
El control del censo es la madre de todas las batallas. Quien controla el censo controla las votaciones.
En el caso del voto presencial podemos ver que la identificación del votante y la comprobación de su inclusión en el censo impreso y a la vista de todos los presentes es el momento garantista más potente sin el cual no se puede dar paso al momento de la votación del elector. Sobran ojos allí para esta operación. Presidente y vocales de Mesa por sorteo, interventores de partidos, coaliciones y agrupaciones electorales e incluso cualesquiera ciudadanos que lo estimen pueden en cualquier momento acceder libremente, desde la apertura de los colegios hasta su cierre, facultándoseles ser testigos del escrutinio con la sola condición de encontrarse dentro del lugar de las votaciones al momento de su finalización.
En la votación telemática todo esto se pierde.
Solo la fe del carbonero permite acreditar en este proceso virtual. A mayores hay que tener algo más que confianza en la plataforma virtual de unas primarias para no considerar la posibilidad de un pucherazo virtual en esos procesos, máxime considerando que son procesos internos en los que los intereses y luchas de poder son casi cuerpo a cuerpo, a bayoneta calada.
De otra parte, es sabido que quien paga manda y quien hace la ley hace la trampa. Esto se acentúa en procesos tan restringidos.
Cualquiera de estas plataformas virtuales dedicadas a implementar primarias son antes que nada empresas y no van a disgustar a sus clientes. El riesgo se torna máximo cuando es siempre la misma para todos los procesos electorales internos y las personas que se lo encargan también lo son. De ahí resulta el grado de instrumentalizacion de la empresa óptimo o de máximo rendimiento para los intereses contratantes y el mayor perjuicio para el votante telemático.
Como corolario, el título del artículo, al modo de las viejas consignas, DEMOCRACIA VIRTUAL, PUCHERAZO TELEMÁTICO.
Y añado, entre bromas y veras, aquél viejo eslogan de la izquierda, que imprimíamos en los panfletos hechos a vietnamita, FRENTE A LA FARSA ELECTORAL ABSTENCIÓN ACTIVA. Pongan mayor énfasis en lo de activa.