Cuando esto ocurre opera una anestesia del dolor de la muerte, después llueve sobre mojado. Es habitual en los años de mocedad o bien no pensar en la guadaña o de pensarla remitirla a un futuro indeterminado pero que creemos saber cierto. Así futuro y muerte van de la mano y tiempo y muerte también.
Resulta expresión corriente que cuando a alguien le alcanza la siega en juventud se diga que se fue antes de tiempo. También que una clepsidra vaya traspasando arena hasta vaciarse en su recipiente inferior, dando así señal del tiempo cumplido, en algunas representaciones en el vaso superior hay un homúnculo fetal y en el inferior otro senil.
La muerte pertenece al mundo de los adioses y de los jamases. Al mundo de las despedidas y de los viajes, de las rupturas traumáticas y de los silencios impenetrables, de lo pétreo, lo silente y lo oscuro. También de la albura cegadora.
La muerte engendra delirios y fantasías ultraterrenas que se proyectan a lo sideral y lo cósmico, así decimos a la muerte de alguien que hay una estrella más en los cielos o se nos aparece danzando su baile macabro en el horizonte bermejo de amaneceres o crepúsculos. Hay quien sitúa las almas y los cuerpos de los idos en simas pelágicas o paisajes lacustres infraterrenales.
En todo caso, en el resumen de nuestros días la cuenta echada es de pérdidas, aún las improbables ganancias de placeres efímeros y con desgaste por el uso y abuso de la reiteración, produciendo la inversión de placer por dolor con agravante de melancolía, que ya estaba dada en el epílogo postcoitum.
Manriqueñamente desengañados y desesperanzados. Y el muerto? Pues el muerto a lo suyo, ajeno al mundo y a sí mismo, sin conciencia, ni sufre ni padece, algunos pareciera que su rigor fuera altanero y hasta despectivo de la mala conciencia de muchos de los circunstantes, como queriendo el fallecido apurar el ceremonial y largarse para siempre de la escena de cuerpo presente.
Otra es que otros trabajen, si quieren, su memoria. Nacidos y muertos para recordar.