El caso es que esa compresión temporal, siguiendo la cadencia de sus caderas que dicen sígueme, no te apartes, tampoco te adelantes, que aquí mando yo, coneja blanca...y blanda pero dura y durable y perdurable. Como Alicia se encoje y crece a capricho. Ora está en un claro boscoso bañándose en luz de luna, tintarella di luna, no lejos del río, que se pone verde, su color, y emite luminiscencias láser de su vientre, patas arriba como Gregorio Samsa.
Su viaje es al pasado, no al suyo, ella es intemporal y algo ucrónica también, sino al mío, que voy reconociendo con serena inquietud así que avanzo en retroceso. Ella es proteica, no tiene ser ni constitución ni figura, es fenoménica, aparencial, tampoco nombre propio, es innombrable o de cualquiera nombre se sirve, no obstante parece sólo distraerse en las fuentes o en sus proximidades, como el tiempo a veces es alada otras reptante, incluso rampante. El agua metáfora del tiempo.
No dije nada de su humor, a veces complaciente, otras iracunda y despótica, sin llegar a colérica, entre sus entretenimientos los juegos retóricos y pintar de púrpura los hilos del tiempo. Tirando de esos hilos nos descolgamos al punto en el que se desvela sin mostrarse lo que nos depara el pasado: un Arca y dentro un pañuelo, el mundo en un pañuelo.