Sin embargo, siento atracción por la Historia y las historias que la componen y descomponen, el humus histórico y su mantillo en descomposición. Los significados y significantas, su narratología y cronología, los vericuetos que la enlazan a la leyenda y al mito, a la fábula, lo poético y onírico. Al Arquetipo, al Misterio, al Oráculo, al sinfin ni principio.
Me gusta la historia local y personal, sin mayúsculas, con lugares y sus nombres, los topónimos, con los tiempos haciendo de animación de los espacios bajo la lente deformante del capricho de la recreación némmica. La historia bien poblada de voces, ecos y susurros que se resisten a abandonar(nos).
Reconquista del Tiempo, veintiocho de marzo de los años que fueron del cesarismo del Alcalde Portanet, sesenta sobre novecientos del primer milenio. Gigantes y cabezudos hacían pasos de baile, giros, precedidos del acompañamiento musical de las gaitas en pasarrúas desde la casa consistorial, hoy Casa da Cultura, entre las Plazas de la Constitución y Princesa, mazeros, policía local en traje de gala, representación edilicia, recorriendo la calle Calvo-Sotelo ( hoy Elduayen) para llegar al Olivo, emblema heráldico de la ciudad olivíca, claro, bajo la mirada esculcante de la garita más avanzada del Castelo de San Sebastián, todavía íntegro en pie sobre la colina del Campo de Granada.
La comitiva se detenía entre Pobladores y el inicio de la acera volada, en esa gran balconada abierta a ese brazo de mar atlántico, que da forma a la ría viguesa flanqueda por Ínsulas y pen-Ínsula, Cíes y Morrazo. Remolino de emociones y nostalgias, historia grávida, encrucijada de símbolos.
A pocos metros, ascendiendo, bien vía Falperra o Rúa de Santiago, ya por entonces, Rúa Cachamuiña, héroe de la Reconquista, según creo orensano de origen, algo premonitorio tal vez. En los años sesenta aquí evocados- invocados su desenlace era Campo de Granada y Plaza de la División Azul presidida, ya ascendiendo el monte del Castro, por un altar con representaciones castrenses, escoltado por las banderas de Falange y las aspadas del Requeté. Eran tiempos escurialenses también por estos pagos y el espíritu de cruzada permanecía desde la Plaza de la Constitución hasta el Castro. Difícil remozar esos símbolos.
P. D. Dedico estas breves líneas al historiador José Luís Mateo y a mi amiga Luna.
XUR O'PONTILLÓN